lunes, 29 de julio de 2013

Tres policías muertos por caída de helicóptero en cerro la Moyuna: víctimas de la guerra contra las drogas.

Felipe A. Páucar Mariluz

Traslado a Lima de policías fallecidos al caer un helicóptero en el cerro la Moyuna. Foto Leyenda del Huallaga.
 
Según estimados de especialistas en lucha contra las drogas, desde la década del 90 serían más de 200 los helicópteros caídos en la infructuosa tarea del combate contra las drogas ilícitas y el terrorismo en Colombia, Bolivia, Perú, Estados Unidos, México, Brasil, etc. Se calcula en aproximadamente un millar de policías, militares y civiles muertos y heridos en los accidentes fatales, que en mayoría de las veces las familias no fueron indemnizadas económicamente, mientras un ejército de discapacitados espera por ayuda.

El fatal accidente de un helicóptero asignado a la lucha contra las drogas por el gobierno norteamericano donde perecieron el capitán PNP Ronald Vargas Theran, piloto, Amadeo Loaiza Mercado, copiloto y el SOB PNP Carlos Cercado Pinares, el artillero en la nave tipo UH2H siniestrada en el cerro la Moyuna, trae a colación el debate sobre la eficacia de actual modelo de combate al narcotráfico que prioriza al productor de materia prima en el caso del Perú.

A la hora de evaluar la Guerra Contra las Drogas, la interrogante radica entonces en si todas estas vidas perdidas, todo este dinero usado, toda esta violencia vivida, toda esta corrupción impune, esta formidable erosión de las libertades civiles está, al menos, dando sus frutos. Pues bien, quizá baste con citar la primera frase del informe "Evaluación nacional sobre la amenaza de la droga" en su edición de 2010, informe elaborado por el Departamento de Justicia de EEUU: "En general, ha aumentado la disponibilidad de drogas ilícitas".

Los números no mienten. En el 2007, el precio al detalle de un kilogramo de cocaína pura en las calles estadounidenses era el más bajo jamás registrado; era un 22% inferior al registrado en 1999, año en que se lanzó el Plan Colombia con el objetivo de detener la producción de cocaína en el país sudamericano. Como se conoce en el Perú la lucha se inició en 1979 con el operativo Verde Mar I.

Si bien el terreno sembrado con coca en Colombia ha disminuido un 60% en la última década, los avances tecnológicos en la producción de cocaína han facilitado un aumento de la productividad. El rendimiento por hectárea sembrada ha aumentado en casi dos tercios desde el 2000, como reportara recientemente The Economist.

Así pues, hay menos área sembrada con coca, pero la cantidad de cocaína producida sigue siendo la misma. Más aún, durante el mismo periodo de tiempo la siembra de coca se ha disparado en Perú (donde se ha experimentado un aumento importante) y en Bolivia se habría incrementado un 42%. Según estimados de las Naciones Unidas.

La razón por la que la oferta es tan versátil radica en que la demanda es bastante estable. EEUU sigue siendo el principal consumidor de drogas ilegales. Tan solo en el 2008, más de 25 millones de estadounidenses mayores de 12 años (un 14% de la población) admitieron haber consumido alguna droga ilícita o un medicamento controlado sin prescripción médica. Según el 82% de los estudiantes norteamericanos del último año de secundaria, es "muy fácil" o "relativamente fácil" conseguir marihuana.

Si bien el mercado estadounidense es el más importante, no es el único que cuenta. El consumo de drogas ha ido en aumento en otras regiones, como Europa del Este y Asia Central, incluso en el Medio Oriente. Esto indica que, aun si EEUU lograra controlar el consumo de sustancias ilícitas en su territorio (algo que no ha conseguido en más de 40 años de combate contra las drogas), otras regiones podrían cubrir cualquier laguna en la demanda. Habrá demanda para rato, y, por tanto, también habrá oferta y como es lógico, habrá producción de coca.

La experiencia de Portugal demuestra que hay alternativas. Sin embargo, la despenalización, aunque es un paso en la dirección correcta, no elimina el mercado negro en la producción y comercialización de las drogas. Eso sólo lo logra la legalización.

Al legalizar las drogas, los gobiernos tendrían más control sobre el mercado de estupefacientes; podrían regular y gravar su producción y venta, como ya hacen con el tabaco y el alcohol. Además, el dinero derivado de tales impuestos les permitiría brindar tratamiento a los adictos. Al igual que con la despenalización, la legalización haría posible afrontar de mejor manera el flagelo de la drogadicción, al remover el estigma que pesa sobre los consumidores, según intelectuales y expertos.

Ya no se escucha tanto el argumento de que las víctimas de la guerra contra las drogas son casi siempre delincuentes. Incluso los gobiernos han tenido que abandonar ese raciocinio a medida que grupos de derechos humanos junto con las familias de quienes han muerto o desaparecido se organizaron para presionar y destapar la verdad acerca de lo que ha pasado con sus seres queridos. La creencia de que organizaciones delictivas, algunas veces con ayuda de fuerzas del orden corruptas, están secuestrando personas con capacidades especializadas está ganando credibilidad.

Los estadounidenses están empezando a entender que la prohibición no es una manera efectiva de desalentar el uso de drogas. Pero si se quiere hacer una sociedad más justa, será mejor que no esperemos a que la enorme burocracia gubernamental de EE.UU. que vive de la "guerra" dé un paso al costado. Ellos hacen oídos sordos al mensaje de los que buscan un cambio en la guerra contra las drogas.
El tema de la inseguridad para los pilotos y tripulantes de los helicópteros entregados por la NAS es una realidad en la medida que las maquinas son viejas, muchas de ellas, se asegura son de la segunda guerra mundial. Evo Morales, el presidente de Bolivia, dijo que los 12 helicópteros entregados por estados Unidos son viejos y si deseaba podría llevarse, cuando surgió el problema de la nacionalización de la lucha contra las drogas, algo que el frustrante Ollanta Humala jamás se atrevería a hacer.

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