domingo, 28 de agosto de 2011

Congreso, democracia y ciudadanía: Los retos al futuro.

Por Felipe A. Páucar Mariluz

Con la apertura de las rejas de la Plaza Simón Bolivar, el Congreso dio un paso importante en su refundación. Foto cortesía.

El país enfrenta el reto de la gran transformación con inclusión social, de acuerdo a los postulados del gobierno de Gana Perú, en este objetivo el Congreso de la República también debe aportar lo suyo y para ello debe resolver dos temas fundamentales que están en debate desde hace varios años: La inmunidad parlamentaria y la renovación por tercios, que le permitiría dar un mensaje positivo a la ciudadanía.

Sin embargo estos cambios no serán fáciles, por que se asegura con frecuencia, y con razón, que los seres humanos, por no pensar, quedamos atrapados en las telarañas de nuestras creencias infundadas, como esa de que "el vivo vive del tonto". Lo malo es que el vivo crea que todos somos tontos y encima lo debemos aplaudir. Esto a propósito de la actitud sagaz que asumen algunos congresistas por la defensa de intereses que no están vinculados al colectivo ciudadano, amparados precisamente en la inmunidad parlamentaria tan cuestionada.

La Universidad Eafit planteó a su comunidad un debate sobre la ética y los valores humanos, que busca trascender el ámbito universitario como propuesta de reflexión a la sociedad en general, en torno a los cimientos de las relaciones sociales, en los cuales, de una u otra manera se ha legitimado el accionar de los "vivos" o avivatos, por encima de la buena fe e incluso de los imperativos legales.

En esta misma dirección, el país requiere de un gran debate sobre democracia representativa y democracia directa. Las sociedades con serios conflictos sociales, económicos y políticos, como la nuestra, requieren que sus relaciones con el Congreso de la República sean objeto de una revisión profunda para luego sustentarlas a la responsabilidad social y la ética, a fin cumpla con las expectativas y exigencias de la ciudadanía y/o opinión pública.

Se es conciente que el Congreso debe encarnar la representación del pueblo, sin embargo el enfoque y la atención dialéctica no versan sobre sus aportes a la construcción de una democracia inclusiva y menos como generadora de una legislación coherente al desarrollo y a las propuestas para la resolución de conflictos sociales.

La discusión en la calle y los medios de comunicación casi siempre se centra en las insuficiencias genéricas de la representación, en la erosión de la política y en las debilidades éticas o corruptelas de algunos de sus integrantes.

Pero la afirmación de la vigencia de la representación parlamentaria como instrumento de la colectividad política, no puede llevarnos a olvidar los serios problemas que definen el pasado, presente y futuro del Congreso.

Las críticas son fundadas y ponen en evidencia deficiencias del modelo representativo. El Congreso languidece entre la retórica y la necesidad. La política se aleja del mismo y prevalece la politiquería como escenario de una representación obligada, encorsetada y solemne, de la que el ciudadano marca distancia y lo cuestiona.

Hay que reducir la diferencia entre teoría y realidad. La crisis de los partidos políticos, la pérdida de calidad de las leyes, la debilidad de la idea de responsabilidad parlamentaria, la erosión del aprecio popular por la política, el poder creciente de los medios de comunicación social o la modificación de relaciones entre el poder y el territorio, son algunos de los temas que propician la debilidad representativa y democrática del actual sistema político.

Ningún sistema puede asegurar la esencia de la representación, ni del Congreso puede esperarse que alcance un concepto ideal, exento de crítica y controversia. Pero no puede ocultarse que en los últimos años no se han realizado esfuerzos suficientes para mejorar la representatividad del sistema política-democracia-ciudadanía en conjunto.

La consecución de tal trilogía debe ser un reto básico, traducido en el esfuerzo prioritario de los protagonistas de la vida congresal. Ello, entre otras cosas, supone aceptar la necesidad de modificar el funcionamiento del Congreso en lo que se refiere a transparentar su rol y actividades de cara a la opinión pública cuyo veredicto es adverso.

Lograr que los ciudadanos se sientan verdaderamente representados por los legisladores sigue siendo el núcleo del ser parlamentario. El Congreso, como institución y a través de cada uno de los congresistas, no puede olvidar que su deuda es para con los ciudadanos. Los ciudadanos no sólo deciden cada cinco años la composición del Congreso sino que les otorgan concesión para el desempeño político, acorde a sus urgencias y necesidades.

La opinión y voluntad de los ciudadanos, su forma de relacionarse con la política, no puede entenderse como ajena al sistema, como algo que haya de ser tomado sólo como un referente.

Normalmente, los ciudadanos no tienen a la política entre sus preocupaciones cotidianas. Desean participar en la elección de los gobernantes y disfrutar de las garantías de un sistema democrático, pero no exigen ir más allá.

La convicción de que la forma tradicional de hacer política está caduca, se encuentra generalizada y es compartida por un amplio sector de la población que, en ocasiones, desborda esa crítica para hacer afirmaciones bastante más radicales en contra del sistema.

Democracia en el Parlamento significa que aunque es sede para el ejercicio de la política por sus integrantes, es también el lugar donde se ejerce el poder que a todos corresponde. Ello no puede traducirse tan sólo en las necesarias formulaciones retóricas sobre ciudadanía.

Tradicionalmente se ha hablado de hasta tres conceptos de ciudadanía, legal, política y social, e, incluso, en los últimos años se ha aludido a la existencia de una cuarta dimensión, la simbólica.

Sea cual sea la perspectiva que se elija para analizar la relación entre Congreso y ciudadanía, se habrá de constatar la capacidad que la institución posee para incidir sobre cualquiera de ellas. Lo importante es que se aproveche la resurrección de este término para alimentarse en su savia ideológica.

La apelación al ciudadano, a la ciudadanía, ha sido y será siempre una llamada a la democracia. El debate contemporáneo sobre la misma se hace sin el Congreso. Al Congreso le cabe recordar que es la primera expresión de la ciudadanía.

Dice el dicho que dos cabezas piensan más que una. En este caso una psiquis institucional como el Congreso y su dialéctica soterrada y enclaustrada, piensa y decide en solitario, ante la gran cantidad de psiquismo disperso, ignorante e irreflexo-permisivo, en muchos casos, que no participan en las discusiones y la toma de decisiones.

Es decir, un psiquismo recepciona, piensa, determina y promulga, y los muchos otros solo acatan, sin reflexión ni deliberación, confinados a entrar en conflicto social, movidos por la desesperanza y el vacío existencial, para que luego otros entreguen soluciones; o también a mantenerse en conflicto con los representantes y los gobiernos de turno, cuando lo que hacen está lejos de interpretar a sus representados.

La burocratización de la gestión aparece así como la herramienta eficaz para entrabar todo tipo de manifestación contraria a lo dicho por la autoridad, que aunque se encauce por la vía normativa, termina provocando las tensiones evidentes de un estado de derecho y democrático representacional, que a estas alturas del quehacer contemporáneo evidencia una saturación e ineficacia abismal, a la hora de cumplir el rol que se le delega.

Somos espectadores de un mundo que se construye por encargo y por decisiones de otros, del cual no somos artífices; somos parte del conjunto, mas no de la creación en conjunto.

Todos recordamos los conflictos sociales y las innumerables movilizaciones reclamando y demandando lo mismo de siempre. Mejor educación e igual para todos, mejor salud y al alcance de todos, mejores condiciones laborales y mejor distribución de la riqueza.

Desde que se inicia nuestra democracia representativa a la fecha, la sociedad asume inconcientemente el discurso de la autoridad: “no se ha superado el desafío pero se ha avanzado mucho y hoy estamos mejor que ayer”. Luego se enciende el conflicto por las tensiones inherentes y comienzan las nuevas promesas, para llegar al mismo discurso.

Vivimos en una constante contradicción social, pues por un lado el discurso es lo más positivo posible, mientras que en lo concreto el resultado siempre es parcial y muchas veces efímero. Pero el discurso y la parcialidad parecen como eslabones inseparables de una democracia representativa, que vive de la contradicción, y así se perpetúa, pues de otro modo su ciclo sería no renovable.

Los claros niveles de incongruencia que percibe la base social a nivel inconsciente, establecen el marco ideal para las dinámicas individuales y luego colectivas en términos de demanda, que legítimamente se manifiestan en conductas reprimidas y violentas, con un alto grado de inconsciencia y resentimiento, en contra del sistema racional tecnócrata, materializándose en actos contra el bien público y privado.

Cada vez que la presión social llega a su límite, aparecen las conductas incomprensibles para algunos, debido a que los medios de comunicación de masas, como la TV, que forma parte de la industria cultural y que en su conjunto conforman un sistema racionalizado y burócrata, que controlan la cultura de nuestro tiempo, se encargan de disfrazar con comentarios de rechazo, sin acudir al fondo del asunto.

Conductas que el estado parece esperar, y de hecho se prepara con su aparato represivo, y enfrenta a quienes se manifiestan de forma legítima, argumentando hechos al margen de la normativa, sin que el Congreso actúe en forma oportuna y acertada para prever o evitar los conflictos y por ello muchas veces es la censura de la ciudadanía.

Las perspectivas para un mejor Congreso en los próximos 5 años no son las mejores, a juzgar por lo sucedido el 28 de julio durante la presentación del presidente Humala y si tomamos en consideración la posición del escritor Mario vargas Llosa en el artículo “La derrota del fascismo.” publicada en El País de España, en referencia al triunfo de Ollanta Humala en el Perú. Vargas Llosa sostiene “que esta mayoría fuera apenas de tres puntos pone los pelos de punta, pues indica que las bases de sustentación de la democracia son muy débiles y que hay en el país casi una mitad de electores que prefieren vivir bajo una satrapía que en libertad.”

Esta realidad será aparentemente una limitante y una de las grandes tareas que deberá enfrentar el gobierno de Gana Perú. La regeneración moral y política de la nación y los pasos para la transformación pueden estar en cuestión y con ello podría inflingirse una nueva frustración a un sector de la población que apostó por un cambio real sin eufemismos ni maquillada por los intereses del poder económico y político.

No olvidemos que el intento de imponer la restauración de los métodos autoritarios y venales de la semidictadura de Alberto Fujimori, a través de su hija Keiko y los más cercanos colaboradores del reo sentenciado a 25 años de prisión, contó con el apoyo de una clase política acusada de corrupta e integrada por el ex presidente Alan García Pérez, el ex alcalde de Lima Luís Castañeda Lossio y el ciudadano estadounidense Pedro Pablo Kuczynski, considerado como el candidato presidencial de los ricos.

Este frente político, al que se suman los medios que defienden poderosos intereses particulares hará lo imposible para que el Congreso y las instituciones del Estado sigan siendo aposentos de actos oscuros contrarios a la democracia y ciudadanía.

Para las próximas elecciones congresales tendremos miles de candidatos, pugnando por una curul que haga realidad sus sueños. Eso, de por sí, no indica la calidad democrática de nuestro país.

Invita, más bien, a una reflexión sobre nuestro sistema político, sin cuestionar la institucionalidad, pero sí el papel de los partidos políticos y la idoneidad de quienes aspiran a dirigir nuestras entidades y el territorio. (El presente artículo fue enriquecido con los aportes de investigadores, escritores, periodistas y ex congresistas).

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