En el reducto senderista, la ofensiva de las Fuerzas Armadas sostiene progresos.
Desde un parapeto de sacos de tierra, militares en Viscatán protegen el aterrizaje de un helicóptero.
Desde la distancia aerotransportada, la belleza del valle del río Apurímac oculta la desesperante pobreza que infesta a la mayor parte de sus poblaciones. Y el verdor hermoso de los cerros y las llanuras suaves hace olvidar por un momento la violencia subyacente, hasta que la brusca visión de Viscatán recuerda el conflicto que libra el VRAE, las nuevas y cruentas batallas de una guerra inconclusa.
Es el jueves 11 al mediodía, mientras dos helicópteros MI-17, uno del Ejército y el otro de la Fuerza Aérea, vuelan Mantaro arriba, desde la base de Pichari hacia el reducto de Viscatán, hasta hace poco el bastión de Sendero, tomado ahora por las Fuerzas Armadas y tornado en una base militar que enfrenta un hostigamiento constante.
En uno de los dos helicópteros, junto con una veintena de comandos del Ejército, que reforzarán la guarnición de Viscatán, está el general EP Raymundo Flores, jefe del frente VRAE. También viajamos tres periodistas: Óscar Medrano, yo, y Dan Collyns, de la BBC. Somos los primeros periodistas en llegar al conquistado reducto senderista.
Desde un parapeto de sacos de tierra, militares en Viscatán protegen el aterrizaje de un helicóptero.
Desde la distancia aerotransportada, la belleza del valle del río Apurímac oculta la desesperante pobreza que infesta a la mayor parte de sus poblaciones. Y el verdor hermoso de los cerros y las llanuras suaves hace olvidar por un momento la violencia subyacente, hasta que la brusca visión de Viscatán recuerda el conflicto que libra el VRAE, las nuevas y cruentas batallas de una guerra inconclusa.
Es el jueves 11 al mediodía, mientras dos helicópteros MI-17, uno del Ejército y el otro de la Fuerza Aérea, vuelan Mantaro arriba, desde la base de Pichari hacia el reducto de Viscatán, hasta hace poco el bastión de Sendero, tomado ahora por las Fuerzas Armadas y tornado en una base militar que enfrenta un hostigamiento constante.
En uno de los dos helicópteros, junto con una veintena de comandos del Ejército, que reforzarán la guarnición de Viscatán, está el general EP Raymundo Flores, jefe del frente VRAE. También viajamos tres periodistas: Óscar Medrano, yo, y Dan Collyns, de la BBC. Somos los primeros periodistas en llegar al conquistado reducto senderista.
Volamos sobre el territorio que Sendero controló durante varios años. La selva se ha hecho abrupta, con cerros empinados cubiertos por densos bosques, mientras pasamos Unión Mantaro, Torococha, Pampa Aurora. Y súbitamente, casi bajo las paletas de aterrizaje del helicóptero, veo la cumbre estrecha, la pronunciada pendiente del reducto de Viscatán, cubierto por casamatas fortificadas y sembrado con soldados que apuntan hacia el cerro vecino mientras tocamos suelo y un oficial se acerca a paso vivo e insta a descender rápido y buscar cobertura. Los comandos bajan a la carrera y se despliegan, mientras el segundo helicóptero, armado con cuatro ametralladoras, permanece arriba, en “sombrilla” de protección.
El aterrizaje y despegue de los helicópteros –la única forma de abastecer las bases es el momento más vulnerable, cuando los francotiradores de Sendero, ensayan puntería sobre la nave virtualmente inmóvil y los soldados que descienden de la nave o la descargan.
Saltamos del helicóptero hacia una bajada, mientras unos comandos nos hacen señas de echar cuerpo a tierra en la pendiente, mirando al cercano cerro opuesto. Lo hacemos y entonces veo, cerca de un francotirador que apunta con un fusil calibre .50 hacia las posibles fuentes de hostigamiento, que el cerro opuesto ha sido casi íntegramente deforestado. “Hubo que bajarse los árboles” dice luego un oficial, “porque no se podía evitar que se infiltren y nos disparen desde ahí… pero no se lo digan a (el ministro Antonio) Brack”.
Nuevas bases establecidas por la Fuerza Armada en el corredor del Mantaro antes controlado por Sendero y en sus zonas de influencia.
Aunque no se conociera qué ha representado Viscatán para Sendero Luminoso, bastaría observar por unos minutos la base tomada, para entender que la conquista del corredor hasta entonces dominado por Sendero, significó un despliegue integrado e intenso por parte de la Fuerza Armada. El objetivo de la ofensiva fue controlar todo el corredor, desde Unión Mantaro en la selva hasta arriba de Sanabamba en la Sierra, a través de una serie de bases interconectadas, con un contundente poder de fuego cada una (ver mapa). El problema estriba en que todas las bases deben ser abastecidas por aire, y mucho más ahora, cuando la temporada de lluvias se acaba de iniciar.
El plan “Excelencia 777” empezó a fines de agosto y terminó a mediados de octubre. Ahí se conquistó el área controlada por Sendero y se estableció las varias bases desde las que diversas patrullas irradian cada noche. Pero los operativos no fueron nada fáciles.
Desde el primer día, cada una de las bases fue sujeta a hostigamiento por parte de francotiradores senderistas, y las patrullas sufrieron bajas por una profusión de trampas explosivas colocadas en las trochas y fuera de ellas por los senderistas, que conocen en detalle el terreno. “El enemigo ha sido mitificado”, dice el general EP Raymundo Flores, jefe del Frente VRAE, “pero tengo que reconocer su capacidad física y su conocimiento del terreno… por radio, cuando se citan entre ellos, identifican hasta el árbol que les sirve de referencia”.
Pese a estar relativamente bien armado (tienen por lo menos una ametralladora MAG .50, un par de PKMs de calibre 7.62, una ametralladora eléctrica, además de algunas decenas de fusiles automáticos), Sendero eludió el enfrentamiento directo con las patrullas de la Fuerza Armada y se dedicó, más bien, a hostigar su avance, mediante trampas y francotiradores. “Tienen apostaderos de francotiradores en todo lado, trincheras tipo túnel”, dice el general Flores. Y el lugar más hostigado, por su posición encajonada, fue Bidón, la que fuera base, centro administrativo y de descanso de Sendero.
Pese a un menor conocimiento del terreno, la mayor potencia de fuego de la Fuerza Armada, premunida con morteros, ametralladoras y equipos especiales para francotiradores, mantuvo a Sendero a raya. En Viscatán y otros lugares, los jefes militares deforestaron las áreas desde las que provenía el mayor hostigamiento, para disminuir la ventaja senderista. Esto parece haber tenido éxito desde el punto de vista militar aunque no ecológico. La base ha quedado interconectada con otras dos cercanas, al pie del río Seco, a las que puede apoyar en caso necesario. Desde estas y otras bases, el patrullaje ha sido constante y agresivo, “los he tenido rodeados con cerca de 20 patrullas en un radio de 10 kilómetros”, dice Flores, “pero se escabulleron”.
Sin embargo, el alto costo del hostigamiento senderista provocó, –según diversas fuentes– que la Fuerza Armada evacuara la base de Bidón. El general EP Flores discrepa de esa versión. “Hay bases temporales”, dice, “y Bidón fue una de ellas”. Pero Flores también admite que Bidón tenía “una posición desfavorable (…) no funcionó como tapón”.
Hacia el fin del año y la gestión del general Raymundo Flores, la Fuerza Armada parece haber avanzado considerablemente en controlar, mediante una consistente ofensiva, en la que ha sufrido varios heridos y tres muertos (sin contar las víctimas de la emboscada de Tintay Puncu, que no está bajo responsabilidad del mando militar del VRAE), el territorio del que Sendero era dueño hasta hace poco.
Es un avance importante, pero apenas el principio. Sendero parece haber optado por dejar grupos pequeños de francotiradores en el área y se ha movilizado hacia otras. Pelotones senderistas han estado activos desde Huancavelica y Junín hasta, sobre todo, la provincia de La Mar, donde no existe casi presencia del Estado, especialmente desde Chunguis hacia el sur. Esa zona es, además, una de las principales rutas del narcotráfico.
Hay asimismo presencia senderista en Vilcabamba, Cusco; y se menciona, sin corroboración todavía, que ya la habría en Sandia, Puno.
Aspersión subversiva luego de una ofensiva concentrada de la Fuerza Armada: algo así sucedió en 1983-1984, después que la acción militar de la Fuerza Armada en Ayacucho llevó a Sendero a desarrollar el teatro del Alto Huallaga, que hasta entonces era secundario. “El área de Oreja de Perro al sur de Chunguis es tierra de nadie”, dice un alto funcionario de una compañía energética, que conoce bien el terreno, “y el Estado no tiene ni presencia ni inteligencia sobre lo que está pasando. Eso es lo que más le falta: inteligencia, buena inteligencia”. Pero ese desafío quedará para el militar que suceda al general Flores. (Gustavo Gorriti)
Ubicua Pero Discreta
En el VRAE, el narcotráfico involucra a muchos, pero pocos lo mencionan.
Hoja de coca puesta a secar frente a la iglesia de Sivia, junto a la Plaza de Armas del distrito.
En el VRAE, hablar sobre narcotráfico es más o menos como hablar sobre sexo en una reunión social: mencionar la actividad en general es aceptable; la insinuación, ironía, doble sentido, está bien y es hasta sutilmente titilante. Pero entrar en lo específico se considera vulgar: menciones explícitas sobre tamaños, durezas, ángulos, formas y objetivos de inserción, suelen provocar lejanía y hasta rechazo.
Igual sucede en el VRAE: ningún problema en hablar sobre la coca y hasta en reconocer que buena parte de la hoja termina en las pozas, macerándose en ácidos, camino al clorhidrato. Pero apenas se empieza a preguntar por los detalles prácticos del asunto: Dónde se hace; quién lo hace; cómo lo hace; y por dónde, las conversaciones se tornan inmediatamente embarazosas: los ojos se retraen o desvían; la reserva iza sus puentes levadizos, y las respuestas se hacen distantemente agnósticas: no sabe, no conoce, ni tiene cómo saber. Antiguos dirigentes, veteranos en la lucha contra Sendero, explícitos en sus memorias de combate, se convertirán en retraídos amnésicos apenas el tema pase de la hoja a la pasta… y no se diga el clorhidrato.
Pero el narcotráfico pulsa a través de todo el valle. A diferencia del pasado, cuando se aerotransportaba la pasta de exportación, ahora casi toda la salida de droga y la entrada de insumos químicos, es terrestre. Es el narco-hormigueo, que involucra a miles de personas, entre poceros, mochileros o cargachos, caleteros, cocineros, aprovisionadores de insumos, intermediarios, pequeños y medianos acopiadores.
El precio de la coca y la cocaína no cambió luego de la ofensiva de la Fuerza Armada en Viscatán. Pese a que esa era una de las rutas preferidas de los cargachos (por la seguridad que les daba Sendero en una región infestada de asaltos), el precio solo bajó por unos días. Luego, apenas se habilitaron rutas alternas, el precio volvió a su nivel anterior. Ahora está, según fuentes con conocimiento de causa, en US$ 690-700 el kilo de Pasta Lavada; y en US$ 1,000-1,100 el kilo de clorhidrato, FOB VRAE, por supuesto.
El precio va a tender a bajar en diciembre, dicen las fuentes, pero no por la ofensiva militar, sino porque siempre es así: en Navidad, Año Nuevo, carnavales y Fiestas Patrias, bajan los precios de la droga, porque los narcoempresarios toman un descanso para pasar las fiestas cultivando valores familiares.
Tomado de:
http://www.caretas.com.pe/Main.asp?T=3082&S=&id=12&idE=807&idSTo=0&idA=36738
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