domingo, 18 de septiembre de 2011

Campanilla, el paraíso narco que no fue

La cuna del tráfico de coca de principios de los 90 es un pueblo fantasma que hoy vive del cacao y de los recuerdos de «Vaticano», su protector

carmen de carlos
Día 18/09/2011 - 15.16h

Campanilla es, prácticamente, un pueblo fantasma del Amazonas. Aquí, unos 500 kilómetros al norte de Lima, decir Demetrio Chávez Peñaherrera es decir prosperidad, trabajo, alegría, fiestas, luz eléctrica, televisión, un parque y un campo de fútbol. Todo eso es lo que «El loco» —otro de sus sobrenombres— le proporcionó a la comunidad en sus tiempos de gran capo de la coca.

«Vaticano» vivió su infancia y primera juventud en este lugar, un punto difícil de encontrar en el mapa. Solo hay tierra, barracas, granos de cacao al sol y gente en chancletas. Un día el joven se marchó como era, pobre. Años después regresó con los bolsillos cargados de dólares para convertir este páramo en la cuna del narcotráfico. Lo logró y a su alrededor se creó un mito o una leyenda de la que todos los habitantes hablan y añoran.

Hoy en Campanilla no hay nada, pero sus habitantes creen que tienen mucho. De las historias de la mansión de «Vaticano», con grifos de oro, muebles importados y fiestas con las vedettes del momento, solo queda el recuerdo, un solar ruinoso y la pista de aterrizaje, un tramo de la carretera que atraviesa la selva y bordea el río Huallaga, el más caudaloso después del Amazonas. Miles de avionetas despegaron a principios de los años 90 con toneladas de cocaína. «Quince mil kilos juntos fue la mayor cantidad que vi», recuerda Humberto Chávez Peñaherrera, hermano mayor y hombre de confianza de «Vaticano». «Demetrio —añade—, aparte de al Ejército, pagaba a veinticinco hombres para cuidar la pista y la carga». Humberto conoce los detalles de los vuelos porque estaba allí. Como varios hermanos suyos, fue condenado por narcotráfico. Buena conducta y beneficios penitenciarios permitieron que cumpliera sólo diez de los veinte años a los que fue sentenciado.

El pueblo entero, antes abandonado de la mano del Estado, formaba parte de la industria más rica del mundo: la droga. «“Vati” abrió caminos, instaló parabólicas y trajo los generadores de luz. Antes, esto era la noche. Gracias a él se logró el engrandecimiento y el auge magistral de Campanilla». Winston Barrera, íntimo de «Vati», lo dice convencido. Se gana la vida en un motocarro, único medio de transporte público de la localidad, y como el resto cree que todo tiempo pasado fue mejor. «Era un hombre de bien, él forma parte del patrimonio de la ciudad. Campanilla le debe mucho», insiste. La misma opinión tienen las personas que lo conocieron. «¡Cuándo saldrá Vaticanito! Era muy caritativo. Vivía con veinte sicarios que lo cuidaban. Yo le cocinaba feliz», recuerda Edmith Rengifo. Compañera de primaria de Vaticano, esta mujer, de 48 años, no se anda con rodeos. «Lo que más siento es cuando nos dejó el narcotráfico. Nos empobrecimos mucho. Fue como si nos quitaran el plato de la mesa con la comida servida. Sí, todos en Campanilla “traqueteábamos” (vivían del negocio de la coca)».

Ahora la población subsiste gracias al cacao. Creen que ya hay signos de recuperación, pero no es lo mismo. Lo que ellos entienden por glamour, «los vuelos, las cajas de cerveza, de licor importado y ron colombiano», forma parte de una memoria que no quiere caer en el olvido. «¡Pedimos que vuelva “Vati”, que regrese. Campanilla le espera!», corea un grupo en la plaza del pueblo. Robert, de 42 años, es el menor de los trece hermanos Chávez Peñaherrera. Fue tres años gobernador mientras «Vaticano» estaba en la cárcel. Escurridizo, defiende los principios de la familia: «Trabajo, lucha y sacrificio». Lo dice mientras sujeta un refresco. Lo mira y añade con media sonrisa: «Hay que auspiciar la Coca-Cola».

Tomado de:
http://www.abc.es/20110918/internacional/abci-campanilla-paraiso-narco-201109181508.html

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