UNA DECENA DE haciendas formó la llamada "Empresa" de las Accu y las Auc. Centros de entrenamiento y expansión del terror paramilitar.
Carlos Giraldo Y Juliana Eusse
Róbinson Saénz, Enviado Especial, San Pedro De Urabá
En la entrada de la finca La 35 se ve este letrero. El lugar era, a la vez, centro de formación y campamento de las Autodefensas de Córdoba y Urabá y luego de las Autodefensas Unidas de Colombia. De allí partieron las tropas que cometieron, entre otras, masacres en Pueblo Bello y Pueblo Galleta. Se trata de un predio modesto, de apariencia típica ganadera y agrícola.
Archivo, Jaime Pérez
A La 35 eran llevados los guerrilleros capturados por las AUC. En la imagen, alias 'Pocillo', de Farc, atrapado en 2002 tras un ataque en Valencia, Córdoba.
Róbinson Sáenz, Enviado Especial, San Pedro De Urabá
El municipio de San Pedro de Urabá fue uno de los más azotados por los paramilitares, que impusieron allí su fortín a sangre y fuego. Hoy se recupera.
A nadie le gusta pescar en el lago, que es pequeño. No hay quién se le mida a amanecer en el bosque que está en la parte trasera de la mayoría. Las leyendas locales describen a un perro negro con un hocico que despide llamas y humo. La gente siente en las noches que los espíritus de las víctimas gritan de dolor y le dan golpes al portón de la hacienda.
Esa finca ahora tiene un aviso a la entrada que dice: El Caimán. Pero siempre fue llamada La 35. El ombligo del proyecto paramilitar de los últimos 15 años, que comenzó con las Autodefensas de Córdoba y Urabá (Accu), al mando de Carlos Castaño, y que luego se amplió a todo el país con las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc).
Desde La 35 se "exportaban" combatientes a las regiones donde los paramilitares impusieron sus métodos de terror, primero en la lucha contra la guerrilla y luego en un proyecto ilegal de hegemonía militar y política, que tuvo tentáculos en el narcotráfico y en la expropiación de miles de hectáreas a medianos y pequeños propietarios de tierras.
Pero La 35 no solo guarda hoy esos recuerdos tenebrosos, asociados a la desaparición de decenas de personas que entraron allí y nunca más volvieron a aparecer. Una montonera de cadáveres de los cuales la Unidad de Justicia y Paz de la Fiscalía General de la Nación halló y exhumó 17, entre el 21 y el 25 de septiembre pasados. Esqueletos de hombres, mujeres y niños con signos de tortura y descuartizamiento. Casi todos atados de pies y manos.
No es solo de ahora ese temor popular a que a alguien lo relacionen con el centro de operaciones adonde los "paras" llevaban a civiles sospechosos de colaborar con la guerrilla o de hacer parte de ella.
En la mente de un ex miembro de las autodefensas está el recuerdo del castigo a un hermano del conocido ex jefe de las Accu, Jesús Ignacio Roldán Pérez, alias "Monoleche ó 18", primero lugarteniente y luego asesino de Carlos Castaño. Su familiar amaneció atado a un árbol.
No era cualquier árbol. Era parte de un bosque que se extendía desde la parte trasera de la casa y que durante un tiempo funcionó como cementerio de víctimas de los paramilitares. Allí fue que la Fiscalía encontró 17 esqueletos, pero donde, según un ex jefe paramilitar que dio su testimonio a EL COLOMBIANO, debe haber por lo menos un centenar de cadáveres.
"Era tanto el miedo a ese bosque -advierte la fuente- que a las tropas no les gustaba amanecer allí. Y cuando se aplicaba algún castigo, el más temido era pasar la noche amarrado a un palo, como le tocó al hermano del Monoleche".
La 35 funcionó como centro de entrenamiento y campamento de tropas, entre 1994 y 2003, cuando las AUC comenzaron su negociación con el Gobierno y su posterior desmonte gradual.
Las instrucciones, las órdenes y los castigos los solían imponer tres personajes centrales en lo que fue "el período de auge y expansión" de los paramilitares:
Carlos Castaño, a quien en sus inicios llamaban "El Pelao" o "Alex". Los otros dos eran Manuel Arturo Salón Rueda, alias "J.L.", y Carlos Mauricio García Fernández, alias "Doblecero", ambos ex militares fogueados en tácticas contrainsurgentes y ambos muy cercanos a los hermanos Fidel y Carlos Castaño.
Alias J.L., capturado el 5 de octubre de 2008 bajo la sindicación de ser hombre clave en la estructura de Daniel Rendón Herrera, alias "Don Mario", era un personaje impopular entre quienes acudían a entrenamientos en La 35. Muy duro con los combatientes y también con los jornaleros de la finca.
Doblecero guardaba gran aprecio por J.L. y de él había aprendido a ser tan o más severo con la tropa.
La ACCUarela y Doblecero
Carlos Mauricio García Fernández, lancero destacado del Ejército hasta su evasión y luego retiro por pegarle a un superior con una bandera, fue llamado por el mismo Vicente Castaño el "gran estratega militar de las ACCU". Hasta el 2002, antes de romper definitivamente sus vínculos con el grueso de la cúpula paramilitar, Doblecero pasó horas en la instrucción de cuadros y tropas en La 35.
Su figura todavía hoy despierta odios y afectos entre quienes hicieron parte de la maquinaria paramilitar. Los testimonios de algunos desmovilizados lo describen como el jefe e instructor de descuartizamientos en La 35 y coleccionista de más de 12.000 cédulas de sus víctimas, según le dijo alias "El Iguano" a la Fiscalía.
Pero dos personas que lo conocieron muy de cerca sostienen que aunque en las AUC había gente capaz de las más inimaginables atrocidades, en La 35 y en su "escuela Corazón", en San Roque, nordeste antioqueño, Doblecero se acercaba a la población campesina y a sus hombres, porque era la única manera de dejar a la guerrilla sin piso y sin apoyos.
Sin embargo, era implacable: "al terror se le combate con terror", solía decir. Y en La 35, durante las instrucciones, su lema era que si un centinela se dormía, quien lo descubriera debía darle un tiro en la cabeza de inmediato, porque de no hacerlo correría con la misma suerte.
Cuando el proyecto paramilitar comenzó a extenderse al resto del país, en especial a los Santanderes y a César, La 35 se amplió en terrenos contiguos, en la vereda San Pablo. El eje central de operaciones era el corregimiento El Tomate, a una hora por carretera destapada desde el casco urbano del municipio de San Pedro de Urabá.
Esa ampliación se dio en un campo de entrenamiento que alias Doblecero llamó La Acuarela. Su primeras letras remitían de inmediato a la sigla ACCU, pero hay otra versión sobre el origen del nombre:
"Mientras se organizaba el bloque Norte, Doblecero se hospedó con alias Merchán en un centro vacacional de Santander que se llamaba Acuarela. Allí tuvo un romance que lo dejó impactado y luego le puso ese nombre a la escuela de combatientes", nombre que además encajaba con la sigla ACCU.
Pero la realidad no era tan amable. En La 35 entrenaban a los combatientes paramilitares que luego sembraron el terror por todo el país, enterrando a sus víctimas en los cientos de fosas comunes que hoy buscan, en una tarea tan paciente como científica, los fiscales de la Unidad de Justicia y Paz.
En la finca La 21 y La Acuarela "se capacitaba" a los cuadros de mando de las autodefensas. Un testigo advierte que los tres primeros cursos de comandantes los "dictaron" alias Doblecero, Carlos Castaño; Iván Roberto Duque, alias Ernesto Báez; José Miguel Narváez, experto en doctrina militar, y una mujer a la que apodaban La Chávez, de apellidos Bolaños Dereix.
La de La 35 y La Acuarela "era una zona amplia -recuerda un ex jefe paramilitar- donde Doblecero prefería pasar las noches con las tropas permanentes y las de paso". Tropas que se podían mover desde allí al corredor del Alto Mulatos y al eje bananero de Urabá.
Otra fuente observa que a esa zona regresaban los contingentes paramilitares luego de sus incursiones, "arrastrando prisioneros que en la mayoría de los casos acabarían enterrados allá, y seguro muchos fueron torturados para sacarles información". Un ex jefe "para" coincide: "muchas personas entraron a la finca y nunca volvieron a salir. A los comandantes que se salieran de los lineamientos del mando se les aplicaba la pena máxima. Uno intuía lo que sucedía, pero nadie cuestionaba las órdenes de Doblecero y de El Pelao (Carlos Castaño)".
"La Empresa"
La 35 y La Acuarela hacían parte de una decena de fincas desde las cuales los paramilitares estructuraron un ejército ilegal que en su momento alcanzó a tener más de 20 mil hombres.
Esas fincas y el área en mención se ubicaban en un cuadrante estratégico que incluía, en los departamentos de Córdoba y Antioquia, a los municipios de Valencia, Tierralta, Montería, San Pedro de Urabá y Arboletes.
"Las fincas -explica un ex asesor de los 'paras'- eran lo que ellos llamaban 'La Empresa'. La 2 era Las Tangas; La 21, el sitio de reuniones con políticos y empresarios. Y La 28, La 35, La 37, La 20, La 40, La 50, La 45 y La 39, eran de 'La Empresa', aunque figurasen a nombre de ganaderos tradicionales o de empresas forestales".
Sus nombres, casi todos con números, provenían de un código de comunicaciones que ideó alias Doblecero, quien coordinaba las "instrucciones de operaciones de las comunicaciones (IOC)".
Ese código, con palabras cortas y precisas, facilitaba y simplificaba el manejo de las comunicaciones: "pues por radio, Changas y Tangas o Carmelo y Caramelo sonaban lo mismo". El área de "La Empresa" era de fincas de ganado aparentemente normales en las que había connivencia entre los paramilitares y algunas unidades militares y policiales.
"Cualquier ataque del Estado -advierte el ex asesor- tendría que se aéreo o mediante un lento operativo de control de una zona muy amplia".
Además, el llamado "trabajo social" de los paramilitares en el norte de Urabá, les permitió diseñar un plan de carreteras alternas que atravesaba los potreros de "La Empresa", por las que solo ellos podían circular.
Esos carreteables todavía funcionan hoy y no aparecen en ningún mapa oficial. Por ellos, por ejemplo, se puede circular entre Montería y Turbo, cruzando solo en tres ocasiones la vía pública, pero sin transitar por ella.
"Yo lo hice una vez con Carlos Castaño -dice el ex asesor- sin pasar por ningún poblado. Era pasar de potrero en potrero y los niños de los jornaleros abrían las puertas, pues la costumbre era darles confites a cambio".
Entre 2000 y 2003, La Acuarela pasó a llamarse La ECA, Escuela de Combatientes de las Autodefensas. Fue cuando Diego Fernando Murillo Bejarano, alias Don Berna o Adolfo Paz, se mudó a la zona de "La Empresa" y se alejó de Medellín mientras los hombres de La Oficina, y de otro lado los operativos de los organismos de seguridad del Estado, acababan y reducían a la banda La Terraza, antigua aliada de los paramilitares (ver nota anexa).
En La ECA sentó sus bases el bloque Héroes de Tolová y el instructor jefe pasó a ser Carlos Arturo Hernández, alias Duncan, en prisión.
La voz de las víctimas
Hoy los siete cuartos, el kiosco, los tres baños y el establo de La 35 se notan deshabitados y deteriorados. Y en aquel bosque temido por civiles y combatientes solo se escuchan los chillidos de guacamayas y micos.
En San Pedro de Urabá, familiares de víctimas como María del Pilar y Socorro* aguardan que la Fiscalía halle los restos de sus esposos Amadeo y Ángel María, desaparecidos en julio de 1992 y marzo de 1995. Testigos aseguran haberlos visto cruzar para El Tomate, de donde nunca volvieron.
"Que dejara eso quieto, me decía la gente del pueblo", relata María del Pilar. Pero ella aguarda la verdad y la reparación del Estado.
Una de las mujeres dice que todo fue como si los paramilitares cogieran una gallina de un corral y nadie pudiera decir nada. Ambas creen que sus maridos cruzaron frente a los palos de totumo y de guayaba de La 35 y que son parte de las almas en pena que se oyen gritar en las noches.
Tomado de:
http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/L/la_historia_secreta_de_las_fincas_de_los_paras/la_historia_secreta_de_las_fincas_de_los_paras.asp?CodSeccion=40
Carlos Giraldo Y Juliana Eusse
Róbinson Saénz, Enviado Especial, San Pedro De Urabá
En la entrada de la finca La 35 se ve este letrero. El lugar era, a la vez, centro de formación y campamento de las Autodefensas de Córdoba y Urabá y luego de las Autodefensas Unidas de Colombia. De allí partieron las tropas que cometieron, entre otras, masacres en Pueblo Bello y Pueblo Galleta. Se trata de un predio modesto, de apariencia típica ganadera y agrícola.
Archivo, Jaime Pérez
A La 35 eran llevados los guerrilleros capturados por las AUC. En la imagen, alias 'Pocillo', de Farc, atrapado en 2002 tras un ataque en Valencia, Córdoba.
Róbinson Sáenz, Enviado Especial, San Pedro De Urabá
El municipio de San Pedro de Urabá fue uno de los más azotados por los paramilitares, que impusieron allí su fortín a sangre y fuego. Hoy se recupera.
A nadie le gusta pescar en el lago, que es pequeño. No hay quién se le mida a amanecer en el bosque que está en la parte trasera de la mayoría. Las leyendas locales describen a un perro negro con un hocico que despide llamas y humo. La gente siente en las noches que los espíritus de las víctimas gritan de dolor y le dan golpes al portón de la hacienda.
Esa finca ahora tiene un aviso a la entrada que dice: El Caimán. Pero siempre fue llamada La 35. El ombligo del proyecto paramilitar de los últimos 15 años, que comenzó con las Autodefensas de Córdoba y Urabá (Accu), al mando de Carlos Castaño, y que luego se amplió a todo el país con las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc).
Desde La 35 se "exportaban" combatientes a las regiones donde los paramilitares impusieron sus métodos de terror, primero en la lucha contra la guerrilla y luego en un proyecto ilegal de hegemonía militar y política, que tuvo tentáculos en el narcotráfico y en la expropiación de miles de hectáreas a medianos y pequeños propietarios de tierras.
Pero La 35 no solo guarda hoy esos recuerdos tenebrosos, asociados a la desaparición de decenas de personas que entraron allí y nunca más volvieron a aparecer. Una montonera de cadáveres de los cuales la Unidad de Justicia y Paz de la Fiscalía General de la Nación halló y exhumó 17, entre el 21 y el 25 de septiembre pasados. Esqueletos de hombres, mujeres y niños con signos de tortura y descuartizamiento. Casi todos atados de pies y manos.
No es solo de ahora ese temor popular a que a alguien lo relacionen con el centro de operaciones adonde los "paras" llevaban a civiles sospechosos de colaborar con la guerrilla o de hacer parte de ella.
En la mente de un ex miembro de las autodefensas está el recuerdo del castigo a un hermano del conocido ex jefe de las Accu, Jesús Ignacio Roldán Pérez, alias "Monoleche ó 18", primero lugarteniente y luego asesino de Carlos Castaño. Su familiar amaneció atado a un árbol.
No era cualquier árbol. Era parte de un bosque que se extendía desde la parte trasera de la casa y que durante un tiempo funcionó como cementerio de víctimas de los paramilitares. Allí fue que la Fiscalía encontró 17 esqueletos, pero donde, según un ex jefe paramilitar que dio su testimonio a EL COLOMBIANO, debe haber por lo menos un centenar de cadáveres.
"Era tanto el miedo a ese bosque -advierte la fuente- que a las tropas no les gustaba amanecer allí. Y cuando se aplicaba algún castigo, el más temido era pasar la noche amarrado a un palo, como le tocó al hermano del Monoleche".
La 35 funcionó como centro de entrenamiento y campamento de tropas, entre 1994 y 2003, cuando las AUC comenzaron su negociación con el Gobierno y su posterior desmonte gradual.
Las instrucciones, las órdenes y los castigos los solían imponer tres personajes centrales en lo que fue "el período de auge y expansión" de los paramilitares:
Carlos Castaño, a quien en sus inicios llamaban "El Pelao" o "Alex". Los otros dos eran Manuel Arturo Salón Rueda, alias "J.L.", y Carlos Mauricio García Fernández, alias "Doblecero", ambos ex militares fogueados en tácticas contrainsurgentes y ambos muy cercanos a los hermanos Fidel y Carlos Castaño.
Alias J.L., capturado el 5 de octubre de 2008 bajo la sindicación de ser hombre clave en la estructura de Daniel Rendón Herrera, alias "Don Mario", era un personaje impopular entre quienes acudían a entrenamientos en La 35. Muy duro con los combatientes y también con los jornaleros de la finca.
Doblecero guardaba gran aprecio por J.L. y de él había aprendido a ser tan o más severo con la tropa.
La ACCUarela y Doblecero
Carlos Mauricio García Fernández, lancero destacado del Ejército hasta su evasión y luego retiro por pegarle a un superior con una bandera, fue llamado por el mismo Vicente Castaño el "gran estratega militar de las ACCU". Hasta el 2002, antes de romper definitivamente sus vínculos con el grueso de la cúpula paramilitar, Doblecero pasó horas en la instrucción de cuadros y tropas en La 35.
Su figura todavía hoy despierta odios y afectos entre quienes hicieron parte de la maquinaria paramilitar. Los testimonios de algunos desmovilizados lo describen como el jefe e instructor de descuartizamientos en La 35 y coleccionista de más de 12.000 cédulas de sus víctimas, según le dijo alias "El Iguano" a la Fiscalía.
Pero dos personas que lo conocieron muy de cerca sostienen que aunque en las AUC había gente capaz de las más inimaginables atrocidades, en La 35 y en su "escuela Corazón", en San Roque, nordeste antioqueño, Doblecero se acercaba a la población campesina y a sus hombres, porque era la única manera de dejar a la guerrilla sin piso y sin apoyos.
Sin embargo, era implacable: "al terror se le combate con terror", solía decir. Y en La 35, durante las instrucciones, su lema era que si un centinela se dormía, quien lo descubriera debía darle un tiro en la cabeza de inmediato, porque de no hacerlo correría con la misma suerte.
Cuando el proyecto paramilitar comenzó a extenderse al resto del país, en especial a los Santanderes y a César, La 35 se amplió en terrenos contiguos, en la vereda San Pablo. El eje central de operaciones era el corregimiento El Tomate, a una hora por carretera destapada desde el casco urbano del municipio de San Pedro de Urabá.
Esa ampliación se dio en un campo de entrenamiento que alias Doblecero llamó La Acuarela. Su primeras letras remitían de inmediato a la sigla ACCU, pero hay otra versión sobre el origen del nombre:
"Mientras se organizaba el bloque Norte, Doblecero se hospedó con alias Merchán en un centro vacacional de Santander que se llamaba Acuarela. Allí tuvo un romance que lo dejó impactado y luego le puso ese nombre a la escuela de combatientes", nombre que además encajaba con la sigla ACCU.
Pero la realidad no era tan amable. En La 35 entrenaban a los combatientes paramilitares que luego sembraron el terror por todo el país, enterrando a sus víctimas en los cientos de fosas comunes que hoy buscan, en una tarea tan paciente como científica, los fiscales de la Unidad de Justicia y Paz.
En la finca La 21 y La Acuarela "se capacitaba" a los cuadros de mando de las autodefensas. Un testigo advierte que los tres primeros cursos de comandantes los "dictaron" alias Doblecero, Carlos Castaño; Iván Roberto Duque, alias Ernesto Báez; José Miguel Narváez, experto en doctrina militar, y una mujer a la que apodaban La Chávez, de apellidos Bolaños Dereix.
La de La 35 y La Acuarela "era una zona amplia -recuerda un ex jefe paramilitar- donde Doblecero prefería pasar las noches con las tropas permanentes y las de paso". Tropas que se podían mover desde allí al corredor del Alto Mulatos y al eje bananero de Urabá.
Otra fuente observa que a esa zona regresaban los contingentes paramilitares luego de sus incursiones, "arrastrando prisioneros que en la mayoría de los casos acabarían enterrados allá, y seguro muchos fueron torturados para sacarles información". Un ex jefe "para" coincide: "muchas personas entraron a la finca y nunca volvieron a salir. A los comandantes que se salieran de los lineamientos del mando se les aplicaba la pena máxima. Uno intuía lo que sucedía, pero nadie cuestionaba las órdenes de Doblecero y de El Pelao (Carlos Castaño)".
"La Empresa"
La 35 y La Acuarela hacían parte de una decena de fincas desde las cuales los paramilitares estructuraron un ejército ilegal que en su momento alcanzó a tener más de 20 mil hombres.
Esas fincas y el área en mención se ubicaban en un cuadrante estratégico que incluía, en los departamentos de Córdoba y Antioquia, a los municipios de Valencia, Tierralta, Montería, San Pedro de Urabá y Arboletes.
"Las fincas -explica un ex asesor de los 'paras'- eran lo que ellos llamaban 'La Empresa'. La 2 era Las Tangas; La 21, el sitio de reuniones con políticos y empresarios. Y La 28, La 35, La 37, La 20, La 40, La 50, La 45 y La 39, eran de 'La Empresa', aunque figurasen a nombre de ganaderos tradicionales o de empresas forestales".
Sus nombres, casi todos con números, provenían de un código de comunicaciones que ideó alias Doblecero, quien coordinaba las "instrucciones de operaciones de las comunicaciones (IOC)".
Ese código, con palabras cortas y precisas, facilitaba y simplificaba el manejo de las comunicaciones: "pues por radio, Changas y Tangas o Carmelo y Caramelo sonaban lo mismo". El área de "La Empresa" era de fincas de ganado aparentemente normales en las que había connivencia entre los paramilitares y algunas unidades militares y policiales.
"Cualquier ataque del Estado -advierte el ex asesor- tendría que se aéreo o mediante un lento operativo de control de una zona muy amplia".
Además, el llamado "trabajo social" de los paramilitares en el norte de Urabá, les permitió diseñar un plan de carreteras alternas que atravesaba los potreros de "La Empresa", por las que solo ellos podían circular.
Esos carreteables todavía funcionan hoy y no aparecen en ningún mapa oficial. Por ellos, por ejemplo, se puede circular entre Montería y Turbo, cruzando solo en tres ocasiones la vía pública, pero sin transitar por ella.
"Yo lo hice una vez con Carlos Castaño -dice el ex asesor- sin pasar por ningún poblado. Era pasar de potrero en potrero y los niños de los jornaleros abrían las puertas, pues la costumbre era darles confites a cambio".
Entre 2000 y 2003, La Acuarela pasó a llamarse La ECA, Escuela de Combatientes de las Autodefensas. Fue cuando Diego Fernando Murillo Bejarano, alias Don Berna o Adolfo Paz, se mudó a la zona de "La Empresa" y se alejó de Medellín mientras los hombres de La Oficina, y de otro lado los operativos de los organismos de seguridad del Estado, acababan y reducían a la banda La Terraza, antigua aliada de los paramilitares (ver nota anexa).
En La ECA sentó sus bases el bloque Héroes de Tolová y el instructor jefe pasó a ser Carlos Arturo Hernández, alias Duncan, en prisión.
La voz de las víctimas
Hoy los siete cuartos, el kiosco, los tres baños y el establo de La 35 se notan deshabitados y deteriorados. Y en aquel bosque temido por civiles y combatientes solo se escuchan los chillidos de guacamayas y micos.
En San Pedro de Urabá, familiares de víctimas como María del Pilar y Socorro* aguardan que la Fiscalía halle los restos de sus esposos Amadeo y Ángel María, desaparecidos en julio de 1992 y marzo de 1995. Testigos aseguran haberlos visto cruzar para El Tomate, de donde nunca volvieron.
"Que dejara eso quieto, me decía la gente del pueblo", relata María del Pilar. Pero ella aguarda la verdad y la reparación del Estado.
Una de las mujeres dice que todo fue como si los paramilitares cogieran una gallina de un corral y nadie pudiera decir nada. Ambas creen que sus maridos cruzaron frente a los palos de totumo y de guayaba de La 35 y que son parte de las almas en pena que se oyen gritar en las noches.
Tomado de:
http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/L/la_historia_secreta_de_las_fincas_de_los_paras/la_historia_secreta_de_las_fincas_de_los_paras.asp?CodSeccion=40
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