lunes, 28 de diciembre de 2009

Alba: La pesadilla de EE.UU.

(1) La hostilidad de EE.UU. contra los países del Alba es creciente. (2) Hillary Clinton ha amenazado abiertamente a Bolivia y Brasil.

La Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba) se ha convertido, por la naturaleza de sus gobiernos y la tendencia de la población de sus estados miembros, en una verdadera pesadilla para los Estados Unidos, cuyo poder se encuentra cada vez más cuestionado en esta parte del mundo. No es que el imperio se esté cayendo, pero el malestar de la Casa Blanca se hace más notorio conforme pasa al tiempo. La Secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, el 11 de diciembre, en un informe sobre la situación política de América Latina, se encargó de encender la chispa al advertir a Bolivia y Venezuela de manera abierta sobre las relaciones diplomáticas con Irán.

“Si la gente quiere flirtear con Irán, debería considerar las consecuencias que pueden tener para ellos, esperamos que lo piense dos veces”, dijo la canciller estadounidense, que no disimula en su papel de proyectarse ante el mundo como la autoridad imperial de línea dura. La posición de Estados Unidos hacia América Latina se desnuda periódicamente como una expresión de reacción ante el avance sostenido de una emergencia latinoamericanista expresada principalmente por los países del Alba, sobre todo Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua. De ahí que las palabras de la Clinton sean vistas como una suerte de exhortación al retorno, sobre nuevas condiciones, de la política del presidente Lyndon Johnson, quien en 1964 proclamó abiertamente que “los Estados Unidos prefieren contar con aliados seguros a tener vecinos democráticos”.

Con la doctrina Johnson –que al mismo tiempo expresaba una readecuación de las políticas “del garrote”, “el buen vecino”, la “diplomacia misionera” y la “Doctrina Truman”–, en América Latina se dio inicio a una cadena de golpes militares que, salvo escasas primaveras democráticas, instalaron sangrientas dictaduras hasta mediados de la década de los 80. Nicaragua tuvo a la “dinastía de los Somoza” hasta 1979, cuando triunfó la revolución popular sandinista. En Bolivia a Barrientos –quien en 1967 autorizó el ingreso de marines para enfrentar a la guerrilla del Che Guevara–, a Banzer –que persiguió, asesinó y exilió a miles de hombres y mujeres entre 1971 y 1978– y García Meza, quien encabezó un efímero régimen claramente narco-delincuencial en 1980 y 1981. Chile tuvo a Pinochet, el motor de la internacional “Operación Cóndor”, hasta 1989.

El alcance de las advertencias de Clinton les queda claro a los presidentes de los países miembros del Alba. El golpe de Estado en Honduras contra el presidente Manuel Zelaya y el respaldo estadounidense, abierto a veces y encubierto otras, al gobierno de facto de Roberto Micheletti, se ha encargado de confirmar la profunda desconfianza de América Latina hacia los Estados Unidos. El 17 de diciembre, en Copenhague, el presidente boliviano Evo Morales afirmó categórico: “Obama es peor que Bush, sólo ha cambiado el color del presidente de Estados Unidos”. La realidad es más testaruda que las buenas intenciones.

Marcando agenda

Vista la realidad de América Latina en al menos los últimos cinco años, la molestia e inquietud imperial tiene explicación. El Alba –como proyecto de integración– ha crecido a un ritmo sostenido que incluso muchos estudiosos han quedado sorprendidos por sus resultados.

Impulsada por Fidel Castro y Hugo Chávez en diciembre de 2004 en la ciudad de La Habana, el Alba parecía un nombre demasiado grandilocuente para un proyecto de integración que empezaba por el afianzamiento bilateral entre dos países y en medio de una situación política de relativa estabilidad en América Latina, a excepción de Bolivia y Ecuador, países en los que las rebeliones indígenas y populares mantenían a raya a los viejos bloques en el poder que, para tratar de oxigenarse, recurrieron a un recambio de presidentes.

Pero el carácter de la tendencia confirmaría la fuerza de la razón y la confianza de Fidel Castro y Chávez. El líder indígena Evo Morales salió victorioso en las elecciones de diciembre de 2005 con una votación jamás registrada en la democracia boliviana (54%) y el 6 de diciembre ha sido reelecto con un 64%, superando su propio récord. Pero Fidel, Chávez y Evo estaban lejos de ser “los tres mosqueteros” enfrentando con espadas a la alta tecnología militar y política de Washington. A partir de 2006 se han sumado Rafael Correa de Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua en la línea de profundas revoluciones en el siglo XXI y otros países del Caribe.

Entre diciembre de 2004 y diciembre de 2009 los resultados se presentan visiblemente superiores a los períodos de los llamados “viejo” y “nuevo” regionalismos, en los que ni con los estados a la cabeza –en el primer caso– y las transnacionales y la economía de mercado –en el segundo caso–, los pueblos habían recibido grandes beneficios a través de políticas sociales ni los estados un alto grado de autonomía –económica y financiera– ante Estados Unidos. Millones de personas se han beneficiado con la atención de salud, otros tantos miles han recuperado la vista con la “Operación Milagro” y el analfabetismo ha sido eliminado en Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador.

Además de las políticas sociales, destaca en el Alba el respaldo a pequeños e incluso grandes productores y avanzan el intercambio comercial –si bien tropieza con trabas burocráticas– y la complementariedad de economías y vocaciones productivas, por la vía de las “empresas grannacionales”, a lo que se debe sumar la puesta en marcha del “Sucre”, una moneda virtual para los intercambios comerciales.

Pero no es la cantidad de miembros del Alba lo que a Estados Unidos le molesta, sino el hecho que la influencia de Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua en América Latina está fuera de toda discusión. Sin forzar el ingreso de otros países a este proyecto alternativo de integración y unidad latinoamericana, los gobiernos de los países del Alba han dado pasos al fortalecimiento de las relaciones Sur-Sur, tanto dentro de la región como fuera de ella.

El cambio de orientación en el Mercosur, la fuerza creciente de Unasur y las relaciones con los países de Asia y África han sacado de la agenda internacional el tipo de integración que Estados Unidos promovía con el ALCA –derrotado en Mar del Plata en 2004– y los Tratados de Libre Comercio.

A lo anterior hay que incorporar tres grandes foros internacionales en los que Estados Unidos tuvo que morderse los labios: en la V Cumbre de las Américas, en Trinidad y Tobago del 17 al 19 de abril, Barack Obama, a pesar de la sonrisa y los abrazos que le dio a varios presidentes, tuvo que resignarse a: recibir de Chávez el libro Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, minutos después de decir que no había que quedarse en el pasado sino ver el futuro; apreciar los datos precisos de cómo el Alba representa beneficios tangibles y, sobre todo, escuchar el pedido unánime de levantar el criminal bloqueo a Cuba.

La segunda oportunidad fue la Asamblea General de la OEA en Honduras –poco antes de que Zelaya fuese derrocado–, en la cual se derogó la resolución que expulsó a Cuba de lo que un canciller cubano llamó “el Ministerio de Colonias de EEUU”. Todavía queda fresco el recuerdo de una Clinton en salida rápida de Tegucigalpa y un Tomas Shannon levantando la mano derecha, con los dientes apretados por la rabia, para respaldar la resolución.

En octubre pasado, en la asamblea general de las Naciones Unidas, el 28 de octubre, Estados Unidos experimentó la mayor derrota ante Cuba. De los 192 países que integran la ONU, sólo tres votaron en contra –EEUU, Israel y Palau– y dos se abstuvieron –Islas Marshall y Micronesia–.

Por si eso no bastara, las figuras de Morales y Chávez en el mundo, cada uno con sus peculiaridades, se han extendido. No hay país en el planeta donde una reunión internacional multilateral o bilateral no congregue a miles de personas –movimientos sociales e intelectuales–, para escuchar al comandante y al líder indígena.

Lo obrado en Copenhague confirma lo afirmado. Morales y Chávez, a pesar de la maniobra de querer dejar vacío el encuentro al momento de la intervención de los dos presidentes latinoamericanos, estremecieron y movilizaron con sus palabras a los jerarcas del mundo. El boliviano desafío a organizar un referéndum mundial para decidir sobre el futuro del planeta y el venezolano, sobre la base de que antes que cambiar el clima hay que cambiar el sistema, llamó a los pueblos del Norte a sumarse a la revolución del Sur; es decir, a impulsar la revolución por toda la humanidad en el planeta.

Contraofensiva en marcha

Washington va a quedar impasible frente al avance de la corriente progresista en América Latina, sería una ingenuidad. Así lo entienden Fidel Castro, Evo Morales y Hugo Chávez. El primero, en su reflexión número 99 de este año, advierte que “el imperio está de nuevo a la ofensiva”. El segundo, a propósito de los cuestionamientos de Clinton, anticipó que si Estados Unidos ataca, la región se convertirá en el “segundo Vietnam”. El tercero afirmó que el imperio “está tratando de recuperar su patio trasero”.

Los datos de la realidad son contundentes y las palabras –verbales o escritas– de los presidentes latinoamericanos citados, a los que hay que sumar a otros como Ortega, Correa, Lula y Fernández, están demasiado lejos de ser catalogadas como sensacionalistas.

Estados Unidos, con la gestión inicial de Bush y la ratificación de Obama, ha concretado un convenio que garantiza la apertura de siete nuevas bases militares en territorio colombiano, que se suman a las dos ya existentes. Asimismo, la Casa Blanca ha obtenido el visto bueno de Panamá para instalar allí cuatro bases militares en los primeros meses del siguiente año.

A esta ampliación del Plan Colombia –cuya ejecución amenaza a otros países– hay que añadir la Iniciativa Mérida o Plan México, acordada con Vicente Fox y ratificada por Calderón, que está militarizando el territorio mexicano a pasos más acelerados de lo previsto. “A Venezuela la están cercando por Aruba, Curazao –dos protectorados de los países del Reino Bajo controlados por el Pentágono (nota de redacción)– Colombia y Panamá con bases militares”, sostiene por ello Chávez.

Pero, como tampoco es una sorpresa, la avanzada militar estadounidense en América Latina es para retomar el control total y países como Ecuador –al que se le ha violado la soberanía en marzo de 2008 para asesinar al jefe rebelde de las FARC, Raúl Reyes y otros guerrilleros–, Bolivia –en el que se ha intentado un golpe en septiembre del año pasado– y Nicaragua –al que es altamente probable se le ponga en marcha una campaña de hostilidad y agresión desde Honduras como en la década de los 80–, figuran como prioritarios en la lista de los enemigos que EE.UU. se ha propuesto derrotar. Las palabras de la Clinton –que en realidad expresan “la política del doble carril” del imperio– hacen plena prueba. Obama es parte de ella. Brasil también está preocupado y es uno de los más firmes de la constitución del Consejo de Defensa de Unasur.

Hugo Moldiz
Semanario La Época de Bolivia


Tomado de:
http://www.diariolaprimeraperu.com/online/informe-especial/alba-la-pesadilla-de-ee-uu_53329.html

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