jueves, 14 de enero de 2010

El corrupto

El corrupto flota y se desarrolla en una sociedad para la que el dinero público no es de todos sino de nadie, porque Hacienda somos todos pero, a la hora de la verdad, no es de nadie. Su medio ambiente lo configura gente escrupulosa con el uso del dinero en la comunidad de vecinos o en la más pequeña de asociación en que participe, pero que no considera los gastos de Hacienda como propios. Pulula entre los tolerantes que soportan la corrupción como un mal inevitable y casi necesario, como un precio a pagar para vivir en democracia.

Sabe que al ciudadano medio no le duele lo mismo el robo por corrupción que si le metieran la mano directamente en la cartera y tomaran sus billetes ganados con tanto esfuerzo y destinados a atender necesidades propias.

El corrupto actúa en una sociedad que pierde el sentido de la magnitud que representan los miles o millones de euros robados, que no tiene una idea clara de las cosas que se podrían hacer año a año con el dinero que se volatiliza por las cloacas de la corrupción. Se mueve mientras el resto cierra los ojos y no quiere darse cuenta de las ramificaciones —Instituciones, partidos políticos y personas públicas o relevantes— que aparecen en los escándalos de corrupción. Le favorece que los partidos políticos tapen, disimulen, camuflen y defiendan al corrupto hasta que se les hace inevitable admitir el delito en lugar de ser los primeros en combatir la corrupción venga de donde venga y la haga quien la haga.

El corrupto estafa en medio de unos partidos políticos financiados de manera poco clara, que hablan con frecuencia del tema pero que no le han hincan el diente después de más de treinta años de democracia (¿No será que prefieren este maremágnum a cómo quedarían tras una buena ley de financiación?) y que utilizan la corrupción como arma de desgaste del adversario. Navega entre cortinas de humo de nuevas leyes, códigos éticos o normas de conducta sin que se apliquen las ya existentes con la contundencia que el caso requiere. Delinque sabiendo que, sea cual sea la sentencia si lo pillan, va a conseguir eludir la devolución de lo robado.

El corrupto se ríe de lo fácil que es robar, pagar con ese dinero buenos abogados y conseguir sentencias leves para su tropelía, vivir bien en la prisión, acogerse a todos los beneficios penitenciarios por buena conducta y salir a la calle en pocos años. Se ríe ante la capacidad de olvidar que tienen sus conciudadanos para quienes la corrupción sólo es de actualidad cuando estalla el escándalo y no mientras pagan —vía impuestos— su factura en largos e incómodos plazos. Se ríe cuando la gente se compadece al ver su rostro demacrado como consecuencia de su codicia irrefrenable mientras se olvidan del quebranto que ellos mismos están padeciendo.

El corrupto disfruta cuando se sigue votando a quien metió la mano en la caja de todos en lugar de votar a otros (aunque sea difícil escoger tal y como está el patio), no se vota en blanco o se recurre a la abstención en caso necesario. Se burla si las cadenas de televisión le compran a precio de oro entrevistas exclusivas, algunos periodistas que se prestan a ello mientras defienden su profesionalidad y los índices de audiencia se disparan en sus apariciones impresentables. Se burla al seguir viviendo como un maharajá de por vida mientras el resto conocen, saben y consienten que todo su lujo se pague con el dinero de los propios estafados.

¡Menos mal que por lo menos con la gripe “A” nadie nos ha manipulado para meternos el miedo en el cuerpo, ni nadie ha montado campañas para tranquilizarnos, ni los laboratorios farmacéuticos se han hinchado a ganar dinero con vacunas inútiles pagando todos nosotros, claro!

Luis Ruiz es ingeniero y escritor

Tomado de: © L. Ruiz, ProtestanteDigital.com (España, 2010)

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