A lo largo de ocho días, los periodistas Gustavo Gorriti y Óscar Medrano recorrieron el VRAE, desde Pichiwillca hasta Canayre, entrevistando a los actores múltiples de los conflictos del turbulento valle. Dirigentes de los DECAS, cocaleros, agricultores, autoridades locales, comerciantes de diversa índole, jefes policiales, entre otros, fueron entrevistados en sus diversos y a veces engañosos escenarios. También acompañaron al jefe militar del VRAE en un sobrevuelo sobre el reducto senderista de Vizcatán.
Sábado 17, una de la tarde. El helicóptero MI-17 de la FAP vuela desde Pichari hacia Vizcatán, el hasta hoy inexpugnado reducto senderista. Adentro, trece comandos del Ejército en arreos de combate acompañan al general EP Raymundo Flores, jefe del frente militar VRAE.
Los rostros están tensos y no les falta razón. Acercarse por aire al bastión senderista, la abrupta montaña boscosa cubierta por nubes, supone casi siempre ser hostigados por los francotiradores de Sendero.
En diversas operaciones en los años recientes, –luego del ataque senderista al campamento de Techint en junio de 2003 y después de la emboscada al contingente policial en Palmapampa en diciembre de 2005, helicópteros del Ejército y de la Policía que intentaron operar en Vizcatán, fueron impactados y sufrieron heridos. El MI-17 (el único helicóptero que dispone el general Flores), lleva blindaje en la cabina del piloto pero no en el resto de la nave, donde los pasajeros –los militares y los dos periodistas a quienes se ha permitido acompañar el vuelo– son claramente conscientes de la fragilidad aerotransportada conforme se acerca la montaña y se cierran las nubes sobre los espesamente arbolados farallones.
Suena un disparo, como el de un fusil que hubiera sido detonado cerca y un olor de pólvora quemada permea por un momento la cabina. Uno de los 10 rockets que carga el MI-17 ha sido disparado a la espesura. Trato de ver si ha habido disparos desde la montaña, pero no se percibe ningún fogonazo. Momentos después se dispara un segundo rocket y luego el ametralladorista de proa dispara contra lo que, se me dirá luego, son conocidos apostaderos senderistas. No hay fuego de respuesta y a los pocos minutos el fuerte pero pesado helicóptero ruso deja el área y aterriza en el poblado de Canayre, el pueblo cercano a Vizcatán donde, en febrero de 1989, 39 personas fueron asesinadas por un contingente punitivo de Sendero. Ahora hay ahí una base militar y muchas cosas han cambiado en ese pueblo a la vera del Mantaro, cuyo tráfico fluvial y terrestre no se restringe ni mucho menos al café y el cacao sino incluye fuertemente al narcotráfico.
Pero lo que queda en el pueblo es la pobreza, como en casi todo el resto del VRAE, ese valle de dos grandes ríos, dotado para la prosperidad por la naturaleza, pero que, río arriba y río abajo, tiene memorias de sangre y de tragedia, y presente de pobreza, contaminación y resurgente violencia.
Domingo 18. Local del Comité de Autodefensa (CAD-DECAS) distrital de Llochegua. En el edificio de cemento de dos pisos, resguardados por los miembros del CAD armados con escopetas y el ocasional Máuser venerable, se reúnen las víctimas sobrevivientes de la violencia que asoló con particular ferocidad el VRAE durante los 80 y gran parte de los 90. Por lo menos 8 mil de las víctimas mortales de la guerra interna murieron en este valle. La reunión es para organizar a los damnificados de Llochegua y reclamar en conjunto las reparaciones. Entonces, un delegado de Pampa Aurora, un centro poblado al pie de Vizcatán informa que el día anterior el helicóptero del frente VRAE ha disparado “dos pepas” y la ametralladora y ha asustado a la población. Pregunto si alguna persona ha sido herida. Responde que no, y que tampoco ningún animal, pero reitera que los disparos han intimidado a la gente. Eso hace que algunos delegados protesten por lo que indican es un exceso del Ejército. El gobernador del distrito, Edgar Rucra, ataca el nombre del “plan Baigón” con el que el general Flores ha proclamado su decisión de pasar a la ofensiva contra Sendero y dice que hay que sembrar carreteras y no sembrar balas. Cuando le pregunto qué piensa del hecho que Sendero haya mostrado preferencia por hacer cruentas emboscadas en carreteras, responde que en todo caso son los CAD-DECAS los mejor preparados para enfrentar a Sendero, puesto que, dice, muchos de ellos fueron senderistas y conocen por eso al enemigo literalmente desde dentro.
Ahí se levanta Gabriel Roca Palomino, vicepresidente distrital del CAD-DECAS. Ante la pregunta de si los DECAS del área están intimidados por Sendero, mucho mejor armado que ellos, y si es cierto que cuando se encuentran se saludan, contesta con fuerza que “ni nos saludamos ni nos damos la mano con la subversión. Si nos encontramos, nos damos... No somos doble filo. No somos rojos”.
Sábado 17, una de la tarde. El helicóptero MI-17 de la FAP vuela desde Pichari hacia Vizcatán, el hasta hoy inexpugnado reducto senderista. Adentro, trece comandos del Ejército en arreos de combate acompañan al general EP Raymundo Flores, jefe del frente militar VRAE.
Los rostros están tensos y no les falta razón. Acercarse por aire al bastión senderista, la abrupta montaña boscosa cubierta por nubes, supone casi siempre ser hostigados por los francotiradores de Sendero.
En diversas operaciones en los años recientes, –luego del ataque senderista al campamento de Techint en junio de 2003 y después de la emboscada al contingente policial en Palmapampa en diciembre de 2005, helicópteros del Ejército y de la Policía que intentaron operar en Vizcatán, fueron impactados y sufrieron heridos. El MI-17 (el único helicóptero que dispone el general Flores), lleva blindaje en la cabina del piloto pero no en el resto de la nave, donde los pasajeros –los militares y los dos periodistas a quienes se ha permitido acompañar el vuelo– son claramente conscientes de la fragilidad aerotransportada conforme se acerca la montaña y se cierran las nubes sobre los espesamente arbolados farallones.
Suena un disparo, como el de un fusil que hubiera sido detonado cerca y un olor de pólvora quemada permea por un momento la cabina. Uno de los 10 rockets que carga el MI-17 ha sido disparado a la espesura. Trato de ver si ha habido disparos desde la montaña, pero no se percibe ningún fogonazo. Momentos después se dispara un segundo rocket y luego el ametralladorista de proa dispara contra lo que, se me dirá luego, son conocidos apostaderos senderistas. No hay fuego de respuesta y a los pocos minutos el fuerte pero pesado helicóptero ruso deja el área y aterriza en el poblado de Canayre, el pueblo cercano a Vizcatán donde, en febrero de 1989, 39 personas fueron asesinadas por un contingente punitivo de Sendero. Ahora hay ahí una base militar y muchas cosas han cambiado en ese pueblo a la vera del Mantaro, cuyo tráfico fluvial y terrestre no se restringe ni mucho menos al café y el cacao sino incluye fuertemente al narcotráfico.
Pero lo que queda en el pueblo es la pobreza, como en casi todo el resto del VRAE, ese valle de dos grandes ríos, dotado para la prosperidad por la naturaleza, pero que, río arriba y río abajo, tiene memorias de sangre y de tragedia, y presente de pobreza, contaminación y resurgente violencia.
Domingo 18. Local del Comité de Autodefensa (CAD-DECAS) distrital de Llochegua. En el edificio de cemento de dos pisos, resguardados por los miembros del CAD armados con escopetas y el ocasional Máuser venerable, se reúnen las víctimas sobrevivientes de la violencia que asoló con particular ferocidad el VRAE durante los 80 y gran parte de los 90. Por lo menos 8 mil de las víctimas mortales de la guerra interna murieron en este valle. La reunión es para organizar a los damnificados de Llochegua y reclamar en conjunto las reparaciones. Entonces, un delegado de Pampa Aurora, un centro poblado al pie de Vizcatán informa que el día anterior el helicóptero del frente VRAE ha disparado “dos pepas” y la ametralladora y ha asustado a la población. Pregunto si alguna persona ha sido herida. Responde que no, y que tampoco ningún animal, pero reitera que los disparos han intimidado a la gente. Eso hace que algunos delegados protesten por lo que indican es un exceso del Ejército. El gobernador del distrito, Edgar Rucra, ataca el nombre del “plan Baigón” con el que el general Flores ha proclamado su decisión de pasar a la ofensiva contra Sendero y dice que hay que sembrar carreteras y no sembrar balas. Cuando le pregunto qué piensa del hecho que Sendero haya mostrado preferencia por hacer cruentas emboscadas en carreteras, responde que en todo caso son los CAD-DECAS los mejor preparados para enfrentar a Sendero, puesto que, dice, muchos de ellos fueron senderistas y conocen por eso al enemigo literalmente desde dentro.
Ahí se levanta Gabriel Roca Palomino, vicepresidente distrital del CAD-DECAS. Ante la pregunta de si los DECAS del área están intimidados por Sendero, mucho mejor armado que ellos, y si es cierto que cuando se encuentran se saludan, contesta con fuerza que “ni nos saludamos ni nos damos la mano con la subversión. Si nos encontramos, nos damos... No somos doble filo. No somos rojos”.
Fibroso, severo, Roca tiene el continente que he visto en varios dirigentes veteranos de los DECAS en el VRAE. La actitud de los guerreros viejos que han vivido largas campañas, sangrientas refriegas y constantes penurias, pero que en su momento vivieron la victoria, por más que ésta les fuera luego no solo ingrata sino onerosa. “Los subversivos dicen que ya no matan, pero son engaños...el ‘plan Baigón’ va a afectar a la subversión, el Ejército tiene derecho a combatirla, que quede claro que no nos vamos a saludar con los subversivos”. Cuando pregunto si combatirán con la misma decisión al narcotráfico, responde que: “Yo no sé el trabajo privado de cada persona”.
El VRAE produce cacao, produce café y produce coca. Sin embargo, se toma Nescafé y cocoa de lata. Ocasionalmente se chaccha coca. El café y el cacao son, en gran parte, orgánicos. La coca, en cambio, está virtualmente sumergida en masivas sobredosis de pesticidas y abonos sintéticos. En cada pueblo hay dos tipos de negocios en espectacular sobreoferta: las tiendas agrícolas de plaguicidas y las farmacias, como si todo el valle fuera el territorio de plantas enfermas y gente enferma. En una sola cuadra en Kimbiri conté cinco tiendas de químicos agrícolas y solo en Llochegua hay más de 10 farmacias.
Abonos y plaguicidas buscan lograr el máximo rendimiento cocalero en el mínimo tiempo: por lo menos cuatro cosechas por año. Pero los costos de producción de la coca se han elevado mucho y eso, junto con la altísima cantidad de venenos que recibe, la hace solo apta para el narcotráfico.
Así, entre los plaguicidas que reciben los cocales y los químicos que se utiliza en las pozas de maceración y los laboratorios de cocaína, la contaminación de los ríos principales y casi todos sus afluentes es muy alta. Mientras en el Huallaga disminuyen las áreas cocaleras, éstas aumentan en el VRAE. El narcotráfico crece consistentemente, pero los grandes narcotraficantes del área (los “duros” como les llaman ahí) parecieran invisibles, porque la gente de los pueblos no se atreve a nombrarlos y la Policía no parece conocerlos.
Pese a que da cada vez menor utilidad, que envenena sus ríos, sus campos y que resulta solo chacchable por gente con vocación autodestructiva (puesto que hay muy poca coca certificadamente orgánica cuyo consumo, en hoja o harina, sí sería saludable), la coca sigue siendo el factor que cruza las líneas del renaciente conflicto en el VRAE. En Pichiwillca, centro histórico de los DECAS, sus dirigentes cuentan que ella les permitió solventar la guerra contra Sendero en los 80 y 90, y que aún ahora es su “caja chica”, como se repite en el resto del valle.
Centenares de jóvenes del VRAE trabajan como ‘cargachos” o mochileros, llevando la droga por caminos de herradura hacia el Ande en caminatas de cuatro o cinco días. Cada viaje representa unos 200 dólares para el mochilero. Las rutas más seguras son las que cruzan territorio controlado por Sendero, que interviene activamente en el negocio narcotraficante.
El Sendero del VRAE no solo es diferente sino mucho más fuerte que el del Huallaga. Sus dirigentes han repudiado tanto a Abimael Guzmán como a “Feliciano”, a la vez que han incrementado sus ingresos, poder de fuego y eficacia combativa.
Al día siguiente de la emboscada del 30 de abril en la que mataron a dos DECAS de Unión Vista Alegre, que actuaban como guías de una patrulla del Ejército, uno de los jefes senderistas (posiblemente Víctor Quispe Palomino, que se presenta indistintamente como “José” o “Iván”), buscó establecer contacto radial con el jefe histórico de los DECAS de Pichiwillca y del VRAE, Antonio Cárdenas, uno de los estrategas centrales de la lucha contra Sendero en los 80. El objetivo fue lograr un acercamiento con su antiguo enemigo. En la conversación por radio, Cárdenas les preguntó que si reclamaban haber dejado de ser sanguinarios, por qué no deponían las armas. “Iván” le respondió que no lo harían y le reclamó neutralidad. Ahí acabó la conversación.
“Ahora están mejor armados que antes”, dice Cárdenas, “antes, de 50 (senderistas) 15 tenían armas automáticas. Ahora todos las tienen”. Los DECAS de Pichiwillca estiman que los senderistas cuentan con unos 360 efectivos armados y entrenados, divididos en 12 grupos de 30 personas. Su conocimiento del terreno, capacidad de desplazamiento y de provocar e improvisar emboscadas, es muy alto.
Ese es el enemigo que debe enfrentar el general EP Raymundo Flores, un militar ayacuchano que combate a Sendero desde 1984. Autor de un libro sobre “guerra asimétrica”, Flores fue jefe de patrullas Lince primero y jefe de batallón contrasubversivo en Pampa Cangallo después. Combatió entonces al padre de los hermanos Quispe Palomino, los actuales jefes, junto con “Alipio” del Sendero del VRAE.
Luego de un período de entrenamiento de sus efectivos, el general EP Flores ha iniciado la ofensiva en una guerra cuyas minas y trampas cazabobos son reales y virtuales, militares y políticas. Y en este último aspecto, Flores anda solo. En el VRAE pregunté, desde Pichiwillca hasta Llochegua, por Jorge Durand, responsable político del Plan VRAE. La mayoría ni siquiera lo conocía, y los demás apenas lo habían visto. (Gustavo Gorriti)
*Imágenes: 1. Oficial comando durante el vuelo de helicóptero hacia Vizcatán. 2. Infografía VRAE
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