lunes, 19 de mayo de 2008

Quejarse de la educación

Por Sergio Wischñevsky *
De los múltiples discursos que circulan en torno de la educación, la queja constituye el denominador común: los profesores se quejan de que los alumnos no son lo que eran, que estudian poco, que hay un gran desinterés, que son irrespetuosos, que muchos se emborrachan y se drogan, también se quejan de los padres, acusándolos de fomentar en los chicos la especulación y no el respeto por el estudio y la autoridad de los docentes. Se quejan los padres de que los profesores no son como los de antes “que sí sabían hacerse respetar”, de que se la pasan de paro o abusan de las licencias y faltan mucho a clase. Se quejan los chicos de que no les enseñan cosas interesantes y de que los profesores no los comprenden, de que los programas de estudio son anticuados y no los preparan de cara a la realidad que les tocará vivir. Sumemos la queja del coro que trina desde los medios de comunicación, de que los chicos son un desastre y no saben nada, de que la Argentina no para de retroceder en el nivel educativo respecto de los demás países del mundo, etc.

Y sí, la lista es larga, no hay duda: lo que se anda diciendo es que hay malestar en la educación.

Pero este malestar no se queda en la queja. Una cosa son los protagonistas opinando y otra muy distinta actuando. Y los actos también hablan, los actos también son un discurso. Los síntomas están a la orden del día. Los chicos llegan a los colegios más medicados que nunca, con tratamientos por dificultades de aprendizaje y problemas de atención en porcentajes nunca antes oídos. Una batería de tratamientos para muy distintos problemas. Y el lugar lo ocupa la medicina, se opera una “medicalización” del síntoma.

Las decisiones de la escuela no son respetadas y se ha acudido en varias oportunidades a juicios, denuncias y demandas, padres que pretenden y en algunos casos han logrado hacer aprobar a sus hijos por medio de fallos judiciales. “Judicialización” del síntoma.

Violencia en la escuela, éste fue el tema de moda en lo que va del año, chicos que se agreden entre sí, chicos agrediendo a sus docentes, padres irrumpiendo en los colegios y agrediendo a los maestros y a las autoridades.

¿Qué pasa? ¿Por qué tantos problemas, por qué tantas quejas, por qué tantos discursos cruzados? ¿Qué se le pide a la escuela? ¿Qué queremos de nuestros jóvenes? ¿Será que se han constituido en un espejo en donde no nos gusta mirarnos?

Cuando el sistema educativo argentino fue planeado y construido, al igual que en casi todo el mundo, las realidades sociales eran bien diferentes, su estructura y leyes de funcionamiento respondían a objetivos y necesidades que ya no están vigentes. Sus formas y contenidos emanaban de una realidad que ya no existe. Y lo que existe, la tan famosa realidad, se introduce como puede en el mundo educativo y de lo que se trata es de darle cabida, de procesar con los instrumentos propios de la educación, lo que otros discursos no pueden ni deben intentar solucionar.

Las múltiples reformas educativas que han intentado los sucesivos gobiernos de la mano de los ministros pertinentes van terminando inexorablemente en fracasos, simplemente porque vamos a tientas, sin certezas, buscando el mejor camino hacia una buena educación, pero sin demasiados acuerdos sobre ¡qué cornos quiere decir “buena educación”! Como si pudiéramos ponernos de acuerdo en eso sin tener un proyecto de país, un proyecto de sociedad, una somera idea acerca de en que mundo queremos vivir. Para algunos buena educación es: más inglés, más computación; para otros educar en valores, para otros mucha exigencia, poner límites; otros se inclinan por un buen ambiente en el que los chicos estén contenidos, otros prefieren mandarlos a lugares donde estén protegidos del agresivo mundo exterior.

Por eso es que la queja no se convierte en crítica, no hay propuesta, sólo hay queja, porque lo que en el fondo se pide es el regreso a un mundo que ya no existe, ese es el mito que se esconde detrás de cada queja, se habla desde la nostalgia y desde la impotencia de percibir claramente que el mundo se ha trastornado, se sigue trastornando pero no sabemos bien para dónde va. Se buscan certezas donde no hay posibilidad de tenerlas. El mundo tiembla a nuestros pies y todos acusan al vecino exclamando: ¡Culpable, culpable! Nos aferramos a un idealizado pasado como a un punto seguro en medio de tanta incertidumbre.

Pero es justamente en el terreno educativo donde la inmediatez no sirve, la mirada nostálgica y mítica no sólo no sirve, sino que constituye un obstáculo, es justamente aquí donde necesariamente se debe mirar hacia el futuro, proyectar, decidir, ¡sí, tomar decisiones! ¿Qué les queremos transmitir a nuestros chicos? ¿Y cómo?

Los pilares en los que se apoyaba la educación están en crisis: el Estado nacional, la familia, las instituciones, el respeto a la autoridad por el solo hecho de serlo.
Salir de la queja, escaparle al mito, escaparle a la nostalgia es una actitud que puede permitir que comiencen a circular otros discursos. Que podamos compartir nuestras experiencias, que podamos pensar soluciones desde el afecto, que dejemos de tener miedo de hablar de política.

Si vamos a pensarnos como una sociedad y vamos a plantearnos un futuro colectivo no podemos soslayar que es de política de lo que tenemos que hablar, y si hablamos de educación no podemos seguir escondiéndonos detrás de tecnicismos. No está bueno intentar fórmulas tranquilizadoras ni quejas exculpatorias. Se trata de los chicos, hagámonos cargo.

* Rector de la Escuela del Caminante.

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