“No hay duda que vivimos una época de decadencia, tal vez la más grave de nuestra vida republicana. Hemos patentado la vergonzosa fórmula de poner la ley del lado del oportunismo y de la falta de carácter”. Foto Internet.
Hemos presenciado los colombianos la más oprobiosa y corrompida de las campañas, por cuenta de la reforma política que legalizó la traición y el transfuguismo como formas de expresión política.
En efecto, una ley, de cuyo contenido y alcance exacto el grueso de los colombianos sólo vino a enterarse cuando se concretaron las deslealtades en todos los grupos políticos, dispuso que para acondicionar las fuerzas políticas, quienes quisieran cambiar de un partido a otro, podían hacerlo, para lo cual se concedió un plazo dentro del cual puede hacerse ‘lícitamente’ lo que no tiene ninguna presentación ética ni política.
Cierto es que el Congreso aprobó las nuevas disposiciones que han permitido el trasteo de militancias de un partido a otro y, desde ese punto de vista, todos dirán que la decisión fue legal, hasta los goditos que suelen criticar a los liberales por su ‘santanderismo’, es decir, el apego a la ley. En esta ocasión tendrán que reconocer que bebieron de esa medicina y que como todos hicieron buen uso de una normatividad inmoral y depravada, por decir lo menos.
Como muchos, no dejó de sorprenderme ver que el presidente de la Cámara un día es miembro de Convergencia Ciudadana y al otro es liberal, que reconocidos conservadores que se fueron para la U regresaron al redil azul o que Cambio Radical padeció por obra del Gobierno ostensible desmantelamiento de sus militantes.
No hay duda que vivimos una época de decadencia, tal vez la más grave de nuestra vida republicana. Hemos patentado la vergonzosa fórmula de poner la ley del lado del oportunismo y de la falta de carácter.
Salvo la voz aislada de monseñor Rubén Salazar, el presidente de la Conferencia Episcopal, quien puso el dedo en la herida, a nadie parece haberle importado el festín ‘transfuguista’. El prelado católico advirtió que el transfuguismo demuestra que los partidos ya no tienen ideología y que son un escenario de personalidades y no de proyectos políticos. Tiene razón monseñor Salazar.
El trasteo de militancia que vimos en todos los partidos no se hizo por razones ideológicas, ni siquiera por las del irrenunciable interés nacional, sino por la coyuntura clientelista y, en últimas, por la necesidad de asegurar la maquinaria necesaria para no perder la curul en el Congreso. Churchil también cambió de partido, pero su decisión estuvo precedida de razones, no de intereses personalistas, y por eso el pueblo inglés lo entendió entonces y lo venera ahora en la distancia de tales acontecimientos.
Difícil creer que la política se enrumbará por senderos de decencia después de esta experiencia nefasta. El ciudadano del común, el que consume los hechos públicos sin digerirlos, va a concluir, no sin razón, que si los padres de la Patria pueden cambiarse de partido político del mismo modo que se cambia una camiseta por otra, a ellos les estará permitido cualquier cosa, desde la felonía hasta la corrupción.
Apéndice. Solamente al actual Gobierno se le ocurre responder el feroz ataque del ministro venezolano, al sindicar al DAS de ser un cartel de las drogas, con la confusa defensa de que no se entrometa en nuestros asuntos.
Hemos presenciado los colombianos la más oprobiosa y corrompida de las campañas, por cuenta de la reforma política que legalizó la traición y el transfuguismo como formas de expresión política.
En efecto, una ley, de cuyo contenido y alcance exacto el grueso de los colombianos sólo vino a enterarse cuando se concretaron las deslealtades en todos los grupos políticos, dispuso que para acondicionar las fuerzas políticas, quienes quisieran cambiar de un partido a otro, podían hacerlo, para lo cual se concedió un plazo dentro del cual puede hacerse ‘lícitamente’ lo que no tiene ninguna presentación ética ni política.
Cierto es que el Congreso aprobó las nuevas disposiciones que han permitido el trasteo de militancias de un partido a otro y, desde ese punto de vista, todos dirán que la decisión fue legal, hasta los goditos que suelen criticar a los liberales por su ‘santanderismo’, es decir, el apego a la ley. En esta ocasión tendrán que reconocer que bebieron de esa medicina y que como todos hicieron buen uso de una normatividad inmoral y depravada, por decir lo menos.
Como muchos, no dejó de sorprenderme ver que el presidente de la Cámara un día es miembro de Convergencia Ciudadana y al otro es liberal, que reconocidos conservadores que se fueron para la U regresaron al redil azul o que Cambio Radical padeció por obra del Gobierno ostensible desmantelamiento de sus militantes.
No hay duda que vivimos una época de decadencia, tal vez la más grave de nuestra vida republicana. Hemos patentado la vergonzosa fórmula de poner la ley del lado del oportunismo y de la falta de carácter.
Salvo la voz aislada de monseñor Rubén Salazar, el presidente de la Conferencia Episcopal, quien puso el dedo en la herida, a nadie parece haberle importado el festín ‘transfuguista’. El prelado católico advirtió que el transfuguismo demuestra que los partidos ya no tienen ideología y que son un escenario de personalidades y no de proyectos políticos. Tiene razón monseñor Salazar.
El trasteo de militancia que vimos en todos los partidos no se hizo por razones ideológicas, ni siquiera por las del irrenunciable interés nacional, sino por la coyuntura clientelista y, en últimas, por la necesidad de asegurar la maquinaria necesaria para no perder la curul en el Congreso. Churchil también cambió de partido, pero su decisión estuvo precedida de razones, no de intereses personalistas, y por eso el pueblo inglés lo entendió entonces y lo venera ahora en la distancia de tales acontecimientos.
Difícil creer que la política se enrumbará por senderos de decencia después de esta experiencia nefasta. El ciudadano del común, el que consume los hechos públicos sin digerirlos, va a concluir, no sin razón, que si los padres de la Patria pueden cambiarse de partido político del mismo modo que se cambia una camiseta por otra, a ellos les estará permitido cualquier cosa, desde la felonía hasta la corrupción.
Apéndice. Solamente al actual Gobierno se le ocurre responder el feroz ataque del ministro venezolano, al sindicar al DAS de ser un cartel de las drogas, con la confusa defensa de que no se entrometa en nuestros asuntos.
Por: Ramiro Bejarano Guzmán.
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